En general me gusta pensar que creo en Dios. Esto ya es un poco raro en una sociedad en la que se desconfía de todo. En mi experiencia Dios ha sido real y aunque no tengo un argumento científico para comprobarlo, sé que así es, no porque me lo han contado, sino porque lo he vivido.

Esa realidad y esa convicción se han profundizado con el paso del tiempo y de unas simples experiencias ha pasado a ser una profunda confianza. ¿Cómo ha sido esto? Pues, poco a poco, paso a paso. Con el pasar del tiempo Dios me ha demostrado que está conmigo, que es capaz de responder mis oraciones (muchas veces egoístas) pero que más allá de querer responder mi “lista de la compra”, él quiere lo mejor para mí aunque sus planes muy a menudo no coincidan con los míos.

Ahora, en estos casos, cuando las cosas no salen exactamente como las he planeado a pesar de mis mejores esfuerzos, es cuando las dudas parecen intensificarse. ¿Será que me escucha? ¿Será que estoy planificando bien? ¿Por qué no ahora? Más de una vez me he hecho estas preguntas, pero Dios en su inmensa paciencia ha respondido a cada una de ellas. Tal vez la respuesta no ha venido cuando yo lo deseaba, pero sí en el momento más adecuado.

Hoy, al leer la Biblia, he leído un salmo que escribió el rey David con el que me he sentido bastante identificado. David, en muchos de sus salmos le dice a Dios como se siente, y al leerlo me lo imagino tan humano como yo: Con muchas preguntas pero sin dejar de querer creer en Dios. Este salmo en particular, el 18, lo escribió cuando Dios le dio paz luego de muchos años de encontrarse perseguido injustamente. En este contexto él escribe:

El camino de Dios es perfecto;
la promesa del Señor es digna de confianza;
¡Dios protege a cuantos en él confían!

Hoy no podría estar más de acuerdo con David, aunque muchas veces no lo entienda del todo, sé que el camino de Dios es perfecto, él nos protege, y su promesa -como siempre- es digna de confianza.